Biografías

El Barón Rojo, la muerte desde el aire

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Manfred Albrecht von Richthofen, el Barón Rojo, nació el 2 de mayo de 1892 en Breslau, Prusia, en el seno aristocrático germano. Su familia había conseguido su título de barón de manos de Federico el Grande en 1741. 

Un caballero reconvertido

De linaje con una clara tendencia militarista, ingresó en el ejército prusiano a la edad de 11 años. Como la mayoría de infantes aristocráticos, era un amante de la caza y un gran jinete. De ahí que ingresara, tras el estallido de la Gran Guerra, como Oficial de Caballería del ejército alemán. El problema fue que la caballería ya no era una gran baza en las guerras de posiciones y trincheras propias de la Primera Guerra Mundial.

Así pues, su interés se giró hacia los nuevos caballos de metal que surcaban los cielos, los aviones. Comenzó su carrera de aviación como aviador de reconocimiento, pero su sed de acción le llevó a encontrar a Oswald Boelcke. Gran aviador y héroe teutón que lo enroló en su escuadra. Tras su muerte, debido a un accidente al colisionar con un avión aliado, Manfred se transformó en el nuevo referente patrio. Había conseguido 16 victorias y recibido la más alta distinción otorgada por el ejército alemán.

Se inicia su leyenda

El estado le dispuso de su propia escuadra y empezó a pilotar el mejor avión militar de su tiempo, el Albatros III, que pintó de rojo. De este modo adoptó el sobrenombre del Barón Rojo. 

El objetivo era instigar miedo psicológico a sus adversarios, que solo con verlo de lejos sabían a quién se enfrentaban. Y no es para menos, puesto que antes de morir por un balazo en el pecho, en abril de 1918 con tan solo 25 años, logró derribar unos 80 aviones enemigos. Transformándose en el mayor aviador militar de su tiempo y de la historia.

El Barón Rojo, una vida en un avión

Tras la muerte de su mentor, Oswald Boelcke, el estado le dispuso de su propia escuadra de aviones. Pero el Jasta 11 (su comando de naves aéreas) estaba constituido por pilotos noveles que aún no habían derribado a ninguna “presa”. Así que, su líder, les aleccionó con ese fin. 

Cuando el Barón pintó su avión de rojo, sus colegas le imitaron utilizando también colores chillones. Debido a este hecho se les denominó “El Circo Volador”.

Todos ellos pilotaban un Albatros III, el mejor avión de su tiempo. El avión tenía instalado un motor de Mercedes Benz que podía alcanzar los 165 kilómetros por hora. Medía 7 metros de largo, y casi 9 de envergadura. Además, era un avión que disponía de un ala y media, con un ala superior más grande que la inferior, lo que otorgaba un mejor alcance de visión para ver los enemigos que volaban bajo ellos. 

Este diseño les permitía controlar a los aviones adversarios desde las alturas, antes de que se percataran de su presencia. A esto se le suma que tenía casi el doble de alcance y de potencia de fuego que los aviones de la Entente. Pero, poco a poco, fue superado por los modelos de nueva generación construidos por los franceses e ingleses.

El ocaso del aviador

El mes de abril de 1917, conocido como el abril sanguinario, fue el momento cumbre en la carrera de nuestro piloto. Y no es para menos, puesto que solo durante ese mes abatió a 21 aviones. 

Pero durante sus últimas cacerías aéreas, su Albatros empezó se enfrentó a aviones claramente superiores. Aunque el Barón seguía cosechando victorias, era tangible que pronto cambiaría su suerte. Debido a este hecho, el gobierno le dispuso de un avión de nueva generación, el Fokker Dr1, pero el destino de nuestro protagonista ya estaba sellado. 

Manfred von Richthofen, el Barón Rojo, subiendo a un triplano

Su pronta muerte llegaría el 21 de abril de 1918, cuando una bala rival le atravesó el pecho en el momento que este se hallaba volando a ras de suelo. Existe una disputa para saber quién fue el artífice de tal hito histórico, el piloto canadiense que perseguía a Manfred por aire, o los soldados australianos que le acribillaban desde tierra.

Curiosidades sobre le Barón Rojo

  • El 24 de enero de 1917 Manfred ataca y destruye a su decimoctava presa, un avión de reconocimiento inglés, pero el ala de su Albatros se estaba resquebrajando, debido a un fallo en el diseño del avión, y casi muere intentándolo aterrizar.
  • Con el paso del tiempo su hermano se unió a la escuadra. Sobre este, el Barón dijo, “yo soy un buen cazador, mi hermano es un sanguinario”.
  • Fue un gran héroe patrio, incluso se vendieron, a miles, una especie de cromos con su cara impresa.
  • Cuando alcanzó su victoria número 47, el Alto Mando militar le instó a jubilarse y transformarse así en un icono de la guerra. Pero el Barón quería conseguir su victoria número 50 (aunque no paró hasta su muerte, cuando alcanzó su victoria número 80). 
  • Como era costumbre, por cada avión que derribaba el Barón Rojo se procuraba de una copa de plata con la inscripción de la fecha del acontecimiento y las características del combate grabadas en ella.
  • En julio de 1917 fue herido por una bala en la cabeza cuando intentaba derribar a un avión de reconocimiento. Pero este revés no le impidió seguir volando (eso sí, con la cabeza vendada).
El Barón Rojo herido en batalla junto con su escuadra
Verano de 1917 – El barón rojo junto a su escuadrón con la cabeza vendada tras ser herido en batalla.

El Barón Rojo y el nacimiento de la guerra aérea

Los aviones de reconocimiento

Cuando la Primera Guerra Mundial se inició, los aviones solo contaban con unos 10 años de existencia. Y los militares no sabían muy bien cómo utilizarlos. Pero, con el paso del tiempo, jugaron un papel importantísimo durante el transcurso del conflicto.

Su primera tarea fue la de reconocimiento del suelo enemigo, y para ello se confeccionaron aviones biplaza que transportaban al aviador y un observador que fotografiaba los movimientos de tropas y de artillería. Debido a la importancia de la información que extraían, y como contra respuesta, surgieron los aviones de combate para o bien abatir o bien defender esta vital baza aérea. 

La guerra alada

Las armas que transportaban pesaban tanto que los aviones solo podían portar a un pasajero. Estos serían pilotos y tiradores, complicando bastante la misión. Pero surgía un problema, la hélice se hallaba delante del arma y si una bala impactaba en ella el avión caía desplomado. 

Para ello, en 1915, los alemanes diseñaron una sincronización entre la ametralladora y la hélice. Disparando solo en los momentos en el que la pala no se hallaba delante del arma. Esta invención supuso un enorme avance técnico para Alemania. 

Además, en 1916, uno de los grandes aviadores de la época, el teutón Oswald Boelcke, formalizó en papel una serie de tácticas como normas básicas para la aviación de combate. Entre ellas podemos destacar la importancia de alcanzar una altitud óptima (hay que estar por encima del enemigo, para así verlo antes de que el te vea a ti), de mantener el sol a tu espalda (para que el enemigo lo tenga de cara durante el combate) y el mejor ataque es el que se inicia de arriba hacia abajo buscando, sorpresivamente, la posición trasera del enemigo.

No es de extrañar que el nombre común de un combate aéreo sea una “pelea de perros”. Como el arma se hallaba por la parte delantera del avión, el piloto enemigo buscaba siempre posicionarse por detrás de su oponente para así poder ponerse a resguardo del fuego adversario. Este modo de ataque, juntándose con el ruido ensordecedor de los aviones, daban la impresión de asistir a una verdadera pelea de perros.

Bibliografía

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Sobre el autor

Artículos

Co-fundador del Hereje, Lucas Mestre es el alma del proyecto. Como profesor y enamorado de la historia, vierte una mirada única en el contenido. Mestre es profesor de historia y geografía. Se licenció en historia y cursó un master en historia contemporánea. Tras esto se orientó como profesor, completando el master de formación del profesorado e iniciando así su carrera profesional. No sería hasta poco después cuando se le presentó la oportunidad de este proyecto, compatibilizando ambos aspectos de su vida hasta hoy.
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