Nacido en 1745, Olaudah Equiano (también llamado Gustavus Vassa) fue arrancado de su tierra natal, Guinea, cuando aún era un joven infante. Dejando atrás a familia y amigos, reducido a la condición de esclavo, su vida no deja indiferente a nadie. Tras un sinfín de giros inesperados, finalmente pudo tomar las riendas y transformarse en hombre libre.
De este modo se creó un símbolo para los abolicionistas norteamericanos, y con el fin de acabar con la esclavitud decidió contarnos su periplo. Esta es la historia de un niño secuestrado y despojado de su vida. Esta es la historia de un adolescente que tuvo que lidiar con una de las peores bestias de nuestro pasado. Esta es la historia de un hombre hecho a sí mismo. Esta es la historia de Olaudah Equiano, el esclavo que nos contó lo que significa ser esclavo.
Índice
La tierra de los esclavos
Hombres extranjeros y a priori un comercio beneficioso para ambas partes
“A veces acuden a ellos [líderes tribales] unos hombres robustos, de color caoba, procedentes de nuestro sudoeste. Los llamamos “hombres rojos que viven a distancia”. Generalmente nos traen armas de fuego, pólvora, sombreros, cuentas y pescado seco”.
“Intercambiaban estos artículos con nosotros por madera y tierras aromáticas, y por nuestra sal de cenizas de madera. Siempre recorren nuestra tierra con esclavos, pero antes de permitirles el paso se les exige el más escrupuloso informe sobre su modo de obtenerlos. A veces les vendíamos esclavos a ellos, pero solo eran prisioneros de guerra o aquellos que hubiesen sido condenados por secuestro, adulterio u otros delitos que nos parecían abyectos”.
Olaudah Equiano, el Africano
Escrita por él mismo
Un libro autobiografico de un esclavo liberto en el siglo XVIII, que nos ofrece una visión esclarecedora de un punto de vista prácticamente olvidado.
Un comercio no tan justo
Olaudah Equiano nos explica cómo las guerras, por culpa de este comercio, explotaron en su territorio. Según nuestro protagonista, estas batallas “parecen haber sido irrupciones de un pequeño estado o distrito, en otro, para obtener prisioneros o botín. Quizás los incitasen a ello los comerciantes que nos trajeron los artículos europeos que he mencionado”.
“Este modo de hacer esclavos es habitual en África. Y creo que se consiguen más de esta manera y mediante secuestros que de ninguna otra. Cuando un comerciante quiere esclavos, acude a un jefe y les tienta con sus mercancías […]. El jefe, entonces, ataca a sus vecinos y sobreviene una batalla terrible. Si triunfa y captura prisioneros, satisface su avaricia vendiéndolos. Pero si su facción sufre una derrota y él cae en manos de sus enemigos, se le da muerte, ya que al saberse que ha fomentado sus disputas se considera peligroso que sobreviva”.
Una sociedad cada vez más militarizada por el miedo
Esta situación engendró un estadio de vigilancia y miedo constante en las poblaciones autóctonas. Como bien nos lo analiza Olaudah Equiano, para la lucha de estas batallas “tenemos armas de fuego, arcos y flechas, anchas espadas de dos filos y jabalinas. También escudos que cubren a un hombre de la cabeza a los pies”. A ello se le suma que “a todos se les enseña el uso de las armas. Nuestro distrito es una especie de milicia: dada cierta señal, como el disparo de un arma de fuego por la noche, se levantan todos en armas y se abalanzaban sobre el enemigo.”
“Un día, mientras vigilaba desde lo alto de un árbol de nuestro terreno, vi que una de esas personas entraba en el terreno contiguo al de nuestro vecino con el fin de perpetrar un secuestro, pues se encontraban allí muchos jóvenes robustos. Inmediatamente di la voz de alarma para advertir del granuja. Los más fuertes le rodearon y le enredaron con cuerdas para impedirle huir hasta que los más adultos llegasen”.
Un niño cayendo en las redes del tráfico de esclavos
“Un día que, como de costumbre [cuando tenía 11 años], en que mi gente se había marchado a trabajar, mi hermana pequeña y yo nos hallábamos al cuidado de la casa, dos hombres y una mujer saltaron sobre nuestros muros y en un instante nos atraparon a los dos”.
“Nos taparon la boca, maniataron y huyeron con nosotros hasta el bosque más cercano, [y] siguieron llevándonos tan lejos como les fue posible. […] Nos ofrecieron alimentos pero los rechazamos, siendo nuestro único consuelo estar el uno en brazos del otro toda la noche, bañándonos mutuamente con nuestras lágrimas”.
“Más ¡ay! pronto se nos privó hasta del pequeño consuelo de estar juntos. El día siguiente resultó ser el más pesaroso de los que había sufrido hasta el momento, pues fue entonces cuando nos separaron a mi hermana y a mí mientras yacíamos abrazados. En vano, les suplicamos que no nos separasen: le arrebataron de mi lado e inmediatamente se la llevaron, dejándome en un indescriptible estado de desconsuelo. Lloraba y me lamentaba sin cesar, y durante varios días no comí nada salvo lo que a la fuerza me metían los amos en la boca”.
Un niño libre transformado en un esclavo
“Tras muchos días de viaje […] caí en manos de un jefe. […] Mi primer amo, pues puedo llamarlo así, era herrero. […] Supongo que estuve allí cerca de un mes, y al final se fiaban y me dejaban alejarme a una pequeña distancia de la casa. Empleaba esta libertad en aprovechar toda ocasión de averiguar cuál era el camino de regreso a mi casa […]. Poco después la única hija de mi amo, fruto de su primera esposa, enfermó y murió. Esto le afectó tanto que durante un tiempo casi lo desesperó por completo […] y de nuevo fui vendido”.
“Llevaba viajando bastante tiempo cuando una tarde, para mi gran sorpresa, ¡ a quién ví que traían a la casa donde me hallaba sino a mi querida hermana! Al verme dió un gran chillido y se arrojó en mis brazos. No conseguimos articular palabra y durante largo rato nos aferramos el uno al otro fundiéndonos en abrazos, incapaces de hacer nada más que llorar. […] Pero incluso este pequeño consuelo habría de terminar pronto, ya que apenas había despuntado la fatal mañana cuando ¡volvieron a arrancarla de mi lado, esta vez para siempre!”
El niño cae en las garras de los “civilizados” hombres blancos
“Acabé llegando a una región cuyos habitantes se distinguían de nosotros en todo aspecto […]. Por fin llegué a la orilla de un gran río repleto de canoas […]. Esto me causó un asombro sin límites, ya que nunca había visto tanta agua […]. Y mi sorpresa se mezcló con no poco temor cuando me metieron en una de estas canoas y empezamos a remar río abajo”.
“El primer objeto que surgió ante mis ojos cuando llegué a la costa fue el mar, y el barco esclavista que estaba anclado a la espera de su cargamento”.
“Nada más subirme a bordo, varios miembros de la tripulación me manosearon y me zarandearon para ver si estaba sano. Yo estaba convencido de que había penetrado en un mundo de malos espíritus y que iban a matarme. Su tez, también tan distinta de la nuestra, su cabello largo y la lengua que hablaban, tan diferente de las que hasta entonces había escuchado, se unieron para confirmarme en esta creencia”.
El barco del horror
“Cuando eché un vistazo al barco y vi una gran caldera de cobre en ebullición y una multitud de negros de todo tipo encadenados juntos, todos y cada uno de sus rostros expresando abatimiento y pesar, no dudé más de mi destino […] y me desmayé”.
“Cuando me hube recuperado un poco […] les pregunté si aquellos hombres blancos de aspecto horrible, caras rojas y cabello largo nos iban a comer”.
“Pronto me llevaron bajo cubierta, donde recibí un saludo en las narices como nunca antes había experimentado en mi vida […]. Entre lo repugnante del hedor y mi propio llanto acabé tan mareado y abatido que era incapaz de comer. […] Deseaba ahora que la postrera amiga, la Muerte, viniese a socorrerme. Pero pronto, para mi pesar, dos de los hombres blancos me ofrecieron alimento y, al negarme a comer, uno de ellos me sujetó las manos con firmeza, me arrojó, creo, sobre el chigre y me ató los pies, mientras el otro me azotaba implacablemente. Nunca había sufrido algo semejante”.
“Si hubiera podido rebasar las redes habría saltado por la borda, pero no podía. La tripulación vigilaba atentamente a los que no estábamos encadenados a la cubierta, no fuésemos a arrojarnos al agua”.
Si quieres saber más…
La trata de esclavos y el comercio triangular: ¿El comercio más lucrativo de la historia?
Cuatro siglos de un comercio despiadado en el que el mundo entero participó, quizá, incluso tus antepasados.
Esos curiosos y “civilizados” blancos
“Al poco tiempo, me encontré entre los pobres hombres encadenados a varios de mi propio país, cosa que en cierta medida me apaciguó. Les pregunté que qué iban a hacer con nosotros, y me dieron a entender que nos iban a llevar al país de estas personas blancas con el fin de que trabajáramos para ellos […]. Pero aún así temía que me matasen, tan salvaje me parecía el aspecto y las acciones de los blancos. Y es que nunca había visto entre los míos tales casos de brutal crueldad, y no sólo contra nosotros los negros, sino también contra algunos de los propios blancos”.
“No pude evitar expresarles mis temores y recelos a algunos de mis compatriotas. Les pregunté si acaso esta gente carecía de país y vivía en este lugar hueco. Me dijeron que no era así, sino que procedían de un país lejano. “Entonces”, dije yo, “¿cómo es que en todo nuestro país nunca hemos sabido de ellos?” Me dijeron que porque vivían muy lejos. Les pregunté dónde estaban sus mujeres y si tenían su mismo aspecto, a lo cual dijeron que sí. “¿Y por qué”, dije yo “no las vemos?” Respondieron que porque las habían dejado atrás.
«Magia» a toda vela
Pregunté cómo avanzaba el barco y me dijeron que no lo sabían, pero que se ponían telas en los mástiles con ayuda de las sogas que veía, y entonces el navío avanzaba. Y que el hombre blanco tenía algún hechizo o magia que echaba al agua cuando así lo deseaba para detener el navío. […] Sentí por tanto un gran deseo de alejarme de ellos, pues temía que fuesen a sacrificarme”.
“Cada circunstancia con que me topaba servía […] para aumentar mis temores y mi opinión sobre la crueldad de los blancos. Un día pescaron unos cuantos peces, y después de matarlos y satisfacerse con cuantos les plujo, para asombro de los que estábamos en cubierta, en lugar de dejar como esperábamos que nos comiésemos los peces restantes, los devolvieron a la mar, a pesar de que en vano les rogamos e imploramos lo mejor que pudimos que nos diesen alguno. Acuciados por el hambre, algunos de mis compatriotas aprovecharon la oportunidad, pensando que nadie los veía, para intentar coger alguno por su cuenta, pero los descubrieron y la intentona les reportó severos azotes”.
Un horrible viaje sin retorno
“La estrechez del lugar [bodega] y lo caluroso del clima, sumado a la multitud de personas que habían en el barco, que iba tan abarrotado que apenas había sitio para que nos diésemos la vuelta, casi nos asfixiaba. Eso provocó una abundante sudoración, y la variedad de olores repugnantes hizo que pronto fuese imposible respirar el aire, acarreando una enfermedad entre los esclavos de la que muchos murieron”.
“Esta situación se agravó con las rozaduras de las cadenas, que se habían vuelto insoportables, y con la inmundicia de las imprescindibles barreñas en la que a menudo se caían los niños y casi se ahogan. Los chillidos de las mujeres y los gemidos de los agonizantes dotaban a la escena de un horror casi inconcebible”.
“Empecé a desear que está [la muerte] pusiera un pronto fin a mi desgracia”.
“En muchas ocasiones estuvimos a punto de asfixiarnos por la falta de aire fresco, del que a veces nos vimos privados durante días enteros”.
“Dos de mis exhaustos compatriotas estaban encadenados el uno al otro, prefiriendo la muerte a esa vida miserable, consiguieron abrirse paso por las redes y saltaron al mar”.
Los esclavos llegan a su destino final
“Al fin avistamos la isla de Barbados, ante la cual los blancos de abordo gritaron y nos hicieron gestos de alegría. […] Nos dividieron en varios grupos y nos examinaron con atención […]”.
“Esto nos hizo pensar que estos hombres tan feos, pues así aparecian ante nuestros ojos, se nos iban a comer, y cuando poco después volvieron a ponernos a todos bajo cubierta empezamos a temblar de pavor. […] Se nos condujo de inmediato al patio del mercader, donde nos encerraron a todos juntos como ovejas en un redil, sin distinción de sexo ni edad”.
“No llevábamos muchos días bajo la custodia del mercader cuando nos vendieron según su modo usual. Al sonar una señal, los compradores irrumpen en el patio donde están encerrados los esclavos y escogen el grupo que más les satisface. […] De este modo, sin escrúpulos de ningún tipo, se separa a familiares y amigos, la mayoría para no volver a encontrarse jamás”.
El final del periplo
Tras su largo periplo, nuestro protagonista pudo comprar su libertad debido a los ahorros que pudo agenciarse trabajando junto a un mercader. Se trasladaría a Londres, ciudad en la que luchó enérgicamente en favor del movimiento abolicionista. Como colofón a su lucha, decidió dejar escrita su vida en una verdadera obra magna, «Narración de la vida de Olaudah Equiano», en la que nos explica muchas otras cosas a parte de lo citado en este artículo.
Cabe destacar que existe cierta controversia sobre la obra. Para algunos historiadores las fechas y acontecimientos no siempre coinciden con los descritos por el narrador. Se piensa que más que una autobiografía per se, Olaudah también escribió sobre algunas vivencias ajenas tomadas como propias.
Libro recomendado / referencia
Olaudah Equiano, el Africano
Escrita por él mismo
Un libro autobiografico de un esclavo liberto en el siglo XVIII, que nos ofrece una visión esclarecedora de un punto de vista prácticamente olvidado.