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Stalingrado, la madre de todas las batallas

Rápido repaso a la Segunda Guerra Mundial

La Segunda Guerra Mundial es, seguramente, el conflicto más conocido y brutal de la historia. Sus más de 60 millones de víctimas directas son prueba fehaciente de ello. Y, sin lugar a dudas, el país que más la sufrió fue la antigua Unión Soviética. El Estado perdería a un total de 27 millones de individuos. Impresionante cifra, sobre todo si se compara con las muertes de países como Inglaterra, Francia o Estados Unidos (nunca superior al medio millón).

Tras vapulear en combate a Francia, que duró poco más de dos semanas, y tener atrincherados en su isla a los británicos, los ojos del Führer se tornaron hacia la URSS. El sometimiento de este inmenso territorio era una cuestión vital para Hitler. A sus ojos, el único medio para la supervivencia de un Reich de más de 1.000 años pasaba por la conquista de las ingentes cantidades de materia prima y mineral del país, junto a la enorme cantidad de mano de obra eslava que podría esclavizar para su explotación.

Con este objetivo en mente, el dictador germano decidió romper el pacto de no agresión firmado con Stalin y lanzar un ataque total en suelo ruso. Y, para ello, organizó a un ejército de más de 3 millones de soldados. Se inició así, la última gran batalla por el control de Europa.

La Operación Barbarossa

Una defensa poco preparada

El primer avance germano, iniciado el 22 de junio de 1941, destruyó casi dos tercios de la flota aérea soviética, apostada en la frontera y pillados por sorpresa. El rearme masivo estalinista fue rapidamente sobrepadado por el avance nazi. Y el ejército bolchevique no tenía medios para poder hacer frente al ataque sorpresivo y total de la Wehrmacht. Las purgas estalinistas de los años 30 tampoco ayudaron. Las autoridades rusas habían ejecutado o encarcelado a buena parte del Alto Mando militar soviético, todos ellos juzgados como traidores y aliados de Trotsky. Se calcula casi 40.000 encarcelamientos y ejecuciones.

Pero la invasión del III Reich no se quedó allí. En el verano del 41, el corazón económico soviético, Ucrania, cayó en manos de los nacional-socialistas. La batalla de Kiev se saldó con la escalofriante cifra de 500.000 víctimas soviéticas. Y buena parte de los recursos rusos de carbón, gas o acero fueron a parar a la industria alemana.

La resistencia soviética se inicia en Moscú

La invasión rusa se dividió en tres partes. Una que tenía por objetivo la capital cultural del país, Leningrado, que asediaron durante más de 900 días. En segundo lugar, la toma de la capital política, Moscú. Y la última, la conquista de uno de los mayores centros económicos e industriales, Stalingrado, puerta de entrada de la mayor zona petrolera de la URSS.

En otoño de 1941 los alemanes llegaron a las puertas de Moscú, en un fulgurante avance que arrasó todo cuanto se interponía en su camino. Pero sería en la capital de la URSS, donde la guerra relámpago teutona se frenó en seco. Contra todo pronóstico, la heroica resistencia rusa, puso en graves aprietos a la maquinaria del führer. Sobre todo tras la llegada de Zhukov y sus 40 divisiones afincadas hasta la fecha en Siberia. Y, a lo largo del invierno, caerían un total de 400.000 soldados alemanes.

Los soviéticos se reorganizan

Ante esta tesitura, y con el fin de impedir que Rusia caiga en manos de los alemanes, la economía soviética se reestructuró a marchas forzadas. Para ello se realizó la mayor migración forzosa de la historia, mandando a 10 millones de individuos hacia los territorios del este, tras los Urales.

El objetivo principal era crear una segunda Revolución Industrial. Se construyeron un total de 2000 nuevas fábricas. Y estas confeccionaron, en un tiempo récord, 40.000 tanques y 50.000 aviones. 

Estos impresionantes números reposaban en las espaldas de las decenas de miles de mujeres y niños rusos. Arduo trabajo, alentado por un fuerte sentimiento patriótico, que les llevaba a trabajar, en un régimen de casi esclavitud, durante largas jornadas que podían alcanzar las 18 horas diarias. Pero, el sentimiento patriótico no se quedó solo en eso. Las poblaciones rusas regalaron a la industria la mayoría de sus objetos hechos con cualquier tipo de metal, para ser transformados en proyectiles y armas. No es de extrañar que el nivel de producción industrial rusa superase, para 1943, la de casi todos los países occidentales (exceptuando a los USA).

Mujeres fabricando munición
Mujeres civiles construyendo munición. Tras ellas se puede leer «Defensores de Moscú! El pueblo soviético está contigo!». © Getty Images

Cambio de planes

Como la ahincada resistencia rusa no menguaba, el plan de invasión nazi tuvo que cambiar radicalmente. Este ya no pasaba por la exterminación de la población eslava, sino por apoderarse de sus recursos económicos.

El grueso del ejército alemán, capitaneados por el general Friedrich Paulus, se dirigió hacia el sur soviético. ¿Su objetivo? Tomar la zona petrolera de Baku (situada cerca del Caspio) y poner en jaque al Ejército Rojo. La supervivencia de la URSS pasaba pues por la defensa de la zona, puesto que sin petróleo su maquinaría de guerra se vería inutilizada. Y la única ciudad que se interponía en el camino germano era Stalingrado.

La mayor batalla de todos los tiempos estaba a punto de iniciarse. Y los soviéticos, dirigidos por Zhukov, se atrincheraron en la ciudad. La huida no era una opción para ellos. Cualquier soldado que intentase abandonar la urbe sería ejecutado y su familia apresada. Medio millón de ellos perecieron en la misma.

La madre de todas las batallas

La batalla de Stalingrado se inicia

En septiembre de 1942, el ejército alemán se plantó a las puertas de Stalingrado. La urbe fue arrasada durante varios días de bombardeo sistemático, muriendo decenas de miles de civiles. Con total seguridad, los alemanes pensaron que la ciudad capitularía al poco tiempo. Pero, esta se transformaría en un verdadero infierno para ellos. Los soviéticos se atrincheraron entre las ruinas y presentaron batalla.

La ciudad de Stalingrado Bombardeada
Bombardeo de Stalingrado, 1943. © Archivos federales Alemanes

Tras cuatro semanas de lucha incesante, los alemanes lograron tomar la delantera. Conquistaron la colina, único punto elevado de la urbe, lo que les otorgaba una superioridad militar más que palpable.

El 15 de octubre, los soldados de Paulus llegaron a las orillas del río Volga. Hecho vital para aislar a la cada vez más menguante resistencia rusa. Esta se había afincado en unas pocas calles, al borde del río, y su derrota final, junto a la de la URSS, era solo cuestión de días. O por lo menos eso pensaron los nazis, cuando ahondaron la esvástica en el centro de Stalingrado.

Un giro inesperado

Lejos de rendirse, los bolcheviques se estaban organizando a toda prisa en la otra orilla del río. Miles de ellos estaban cruzando el Volga, a escondidas, a diario. Todos ellos dirigidos por Zhukov y armados gracias a la extenuante labor de los obreros y obreras afincados en el este de los Urales. Sin olvidar la ingente ayuda económica y militar provista desde Estados Unidos.

Mientras tanto, en noviembre del 42, los alemanes, creyéndose ya victoriosos de la gran batalla, se estaban tomando unos días de tranquilidad y descanso en Stalingrado (patinando sobre el hielo, jugando con la nieve, etc.). Pero las tropas soviéticas ya se habían reorganizado, y se preparaban para una ofensiva total, con un ejército de más de un millón de personas.

Alemanes capturados en Stalingrado
Soldados alemanes capturados, 1943 © AP / Rex

Su objetivo era el de realizar un ataque en pinza, buscando tomar rápidamente los flancos (custodiados por rumanos, húngaros e italianos) y rodear a los alemanes en la ciudad. 

Los nazis asediados

La última batalla se inició el 19 de noviembre, a las 7 de la mañana, con un ataque salvaje de artillería. Y, tras el bombardeo, llegó la ofensiva total, que pilló totalmente por sorpresa al ejército del Reich. 

Las alas del ejercito fueron rápidamente tomadas, y el grueso del ejercito nazi atrincherado en Stalingrado. Ahora los rusos sitiaron la ciudad ocupada por el Sexto Ejército de Paulus. Estos deberán sobrevivir al duro invierno ruso sin casi alimentos ni cobijos. A finales de enero, los soviéticos atacaron la urbe, defendida por unos famélicos, enfermos y cansados alemanes. 

El 31 de enero de 1943, el recién proclamado Marsical Paulus se rindió. Se piensa que Hitler lo nombró Mariscal para forzarle a una muerte por suicidio honorosa pero, lejos de eso, Paulus será de gran ayuda para los soviéticos y testificará en los Juicios de Nürnberg en contra de los Altos Dirigentes nazis.

El principio del fin del nazismo

De este modo se puso un punto y final a la batalla más importante de la Segunda Guerra Mundial y, para muchos historiadores, de la historia. Una batalla que bien podría haber cambiado el rumbo de la guerra si los nacionalsocialistas se hubiesen apoderado de las ingentes reservas de petróleo del Caspio. 

Batalla de Stalingrado
Batalla de Stalingrado , febrero de 1943. © Zelma/RIA Novosti archive, image no. 44732 (CC BY-SA 3.0) Creative Commons

Pero, lejos de eso, lo acontecido en Stalingrado inició el progresivo declive del III Reich. A partir de este momento, sus fronteras empezaron a menguar conforme el Ejército Rojo avanzaba por toda la cartografía del este europeo. Avance que les llevaría hasta la capital del otrora poderosísimo imperio, a mediados de 1945.

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